Fotografía Pastoral Juvenil.

Desde el inicio de la elaboración del Proyecto Pastoral Diocesano de la Diócesis de Carabayllo nos hemos planteado como gran ideal: “Una comunidad de todos los bautizados en torno a su Obispo, Centrada en Cristo, animada por un fuerte espíritu misionero, en la que todos sus miembros, en permanente conversión y formación, se comuniquen y participen de manera orgánica en la transformación del mundo, celebrando su vida en la Eucaristía”.

Para construir el camino para alcanzar nuestro ideal, de 2000 a 2003 iniciamos el estudio de la realidad de nuestra iglesia tanto en el contorno y el entorno con la participación de los agentes pastorales de nuestra comunidades parroquiales y llegamos a la conclusión de que problema fundamental es la existencia de un distanciamiento entre la iglesia y la sociedad, y entre los agentes pastorales y los fieles.

Luego de ese diagnóstico, en 2004 dimos los primeros pasos hacia nuestro gran ideal. Lo hicimos animados con el tema del encuentro de ese año y con el lema que guió nuestro trabajo: “salir de lo nuestro para encontrarnos con los demás”.

Desde entonces y a lo largo de los años hemos trabajado impulsando distintos valores para sensibilizar al pueblo de Dios.

Estos esfuerzos se han multiplicado gracias a la labor de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, guiados sin duda alguna por el Espíritu Santo.

Esfuerzos que con el transcurrir del tiempo han tomado formas concretas en actividades, la evangelización de los alejados de manera constante a través de las sectores y zonas, como también los grupos pastorales, movimientos, instituciones religiosas y en las diversas obras de la iglesia nos han permitido, crear sentido de pertenencia y comunión en nuestra iglesia, estos espacios de comunión han de ser cultivados y ampliados día a día a todos los niveles en toda la actividad de la iglesia.

Uno de los pilares que anima y sostiene nuestro trabajo pastoral en la Diócesis es la Espiritualidad de Comunión que el Papa Juan Pablo II define (Cf. NMI 43): “Es una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos. Es la capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico y, por tanto, como ‘uno que me pertenece’, para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad. Es la capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un ‘don para mí’. Es saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (Cf. Gal 6, 2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos acechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias”.